viernes, 9 de mayo de 2014

De Newtown a Venezuela.


A veces la música que nos atrapa se comunica con nuestra realidad de una manera insospechada. Surge entonces una confluencia mágica en la que la materia acústica se amolda con la cotidianidad. No, no se trata de que escuchamos o entendemos lo que queremos, se trata de que la música que nos gusta acaba siendo el paisaje sonoro de esa película personal a la que llamamos vida.

Así que empezaré a hablar de música pero para intentar hablar de lo que no soy capaz ni sé cómo hacerlo sobre lo que ocurre en Venezuela.

Mark Kozelek, un músico de San Francisco quien fuera el líder de una banda maravillosa –prácticamente olvidada hoy- llamada Red House Painters, hace pocos meses lanzó su nuevo álbum Benji (2014), bajo el nombre de su proyecto como solista Sun Kil Moon. Y resulta que el Benji es un disco extraordinario, no sólo en el aspecto musical (una cosa que toca con los huesos y canta con las vísceras) sino sobre todo por el concepto con el cual construye el álbum: se trata de un documental autobiográfico hecho disco.

Cada tema del Benji corresponde a un capítulo de la vida de Kozelek: uno dedicado a su madre, otro a las aventuras y desventuras con un padre al que adora pero con el que nunca pudo llevarse del todo bien, otro tema corresponde a su autobiografía sexual (las mujeres que tuve y también a las que no pudo amar), otro a los amigos que le marcaron la vida y así hasta llegar a una pieza llamada “Pray for Newtown” (oración por Newtown) que es el tema que inspira estas líneas.

Pray for Newtown es el recuento de una serie de eventos trágicos que, estuviera donde estuviera, marcaron la vida de Mark Kozelek. Me refiero puntualmente a esos sucesos tan tristemente comunes en los Estados Unidos donde un sujeto armado irrumpe en un bar, una escuela, una sala de cine o un centro comercial y simplemente dispara contra los desafortunados que en mala hora se hallaban en el lugar. De esa forma, el autor da cuenta de cómo un amigo de la adolescencia, con el que Mark solía quedarse a beber hasta el amanecer, se presenta un mediodía en un restaurant del pueblo con una ametralladora y dispara contra los comensales. Luego nos cuenta de cómo, años más tarde, estando de gira en Seúl, se entera por la televisión de la masacre ocurrida el día del estreno de Batman en el que un sujeto irrumpió en la sala y disparó a mansalva contra los espectadores. Pocos años después, ahora encontrándose en un hotel de New Orleans, Kozelek enciende la tele para descubrir que en un centro comercial de Portland se ha repetido una escena similar, un día más en los Estados Unidos, todo el mundo comprando y divirtiéndose, excepto el resentido de la escopeta que ha ido al mall a pagarla con las familias que se hallaban allí. Y finalmente, estando esta vez en su casa de San Francisco una tarde de diciembre, recibe una carta de un aficionado que le pide que eleve una oración por los niños de Newtown, un pueblo que -al estilo del tristemente célebre Columbine- sirviera de escenario para la visita a una escuela de un hombre armado que descargó todas sus balas contra maestros y niños.

Y entonces Kozelek, el 24 de diciembre, antes de sentarse a su cena de Nochebuena, decide escribirle una carta de respuesta a aquel aficionado que le pidiera rezar por Newtown: “Yo no sé rezar, pero sí sé cantar y tocar; por todas esas mujeres, niños, madres, padres, hermanas, hermanos, tíos y tías. Lo siento por los asesinatos, por los niños y por sus maestros, lo sentía venir, lo sentí en los huesos y no sé explicar porqué”.

El tema cierra con una invitación a recordar a los muertos de Newtown. A recordarlos, especialmente, cuando estemos bien, a salvo, a punto de celebrar; sobre todo cuando compartamos la mesa y los buenos momentos junto con nuestros seres queridos. A eso nos exhorta Kozelek, a pensar en esa gente que ya no puede hacer lo que nosotros podemos. En fin, a pedir por ellos aunque no sepamos rezar.

Y yo le robo la idea al músico, me apodero de ella para trasladarla al contexto que más me duele: el de todas esas personas que han sido asesinadas, violentadas, humilladas y apresadas injustamente en Venezuela desde febrero de este año. Porque, ineludiblemente, nosotros también podemos construir perfectamente el relato autobiográfico del propio horror. Un horror que se prolonga como si se tratara de una infesta máquina del perpetuo movimiento.

Estemos donde estemos, con los dones y las armas que disponga cada quien, no nos olvidemos de esa gente que ha sufrido y sigue sufriendo. La reescritura de la historia no corresponde a los gobiernos ni a los héroes, sino a la gente de a pie. Que cada quien, entonces, ore y accione como mejor sepa hacerlo. El día que dejemos de hacerlo es porque nos dejó de importar. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que belleza, precisamente acabo de oir una entrevista hecha a las madres de esos jóvenes: muertos, heridos o presos.Todavia con la tristeza de sus relatos , paso a leer esta " forma de oración cantada y musical" por los caidos en Newtown, y tu relación magistral con lo que se vive en Venezuela. Es conmovedor. Tu contribuyes con la oración de tu escritura y yo lo haré con mi humilde petición al Señor para que aleje el sufrimiento instalado en nuestro pais.